El carisma marianista nos impulsa a vivir una espiritualidad mariana, misionera y familiar.
Nuestra espiritualidad es mariana, porque María es nuestra guía y ayuda en el camino de seguir a Jesús. Él en la cruz le nombró madre de todos los discípulos. Ella es maestra en la fe y primera discípula, nos enseña a colaborar con el Espíritu y nos lleva siempre a Jesús.
Nuestra espiritualidad es misionera, porque nos invita a unirnos a María en su misión: la de dar a Jesús al mundo y formar en la fe a todos los que deseen ser discípulos. Por eso, todos los miembros de la Familia Marianista nos sentimos misioneros.
Nuestra espiritualidad es familiar, porque el modo de actuar de María en la comunidad cristiana inspira nuestro modo de ser y construir Iglesia: acogiendo a todos, estando atenta a las necesidades, integrando la diversidad… Y esto nos hace sentirnos familia, más que institución, organización u otro tipo de estructura.
Esta espiritualidad es común a todas las ramas de la Familia Marianista, concretándose después con los rasgos propios de cada estado de vida (laical, consagrado, sacerdotal) y de cada persona.